Son
pocas las canciones que logran marcar a una generación. No me refiero a
aquellas que, como se dice ahora, “se pegan a nosotros”, las que nos persiguen
y resultan agradables. Tampoco aludo con lo anterior a aquellas que yo
definiría como “temazos”, esas que por su producción cosechan éxitos y nos
acompañan en el viaje. Cuando escribo “marcar” quisiera describir con la mayor
claridad posible el efecto que algunas pocas consiguen inspirar en lo más hondo
de una persona, un sentimiento unívoco que queda insustituiblemente ligado a
esa música en particular. Por eso mismo escribo “marcar”, porque hay canciones
que no quedan para la memoria sino para el recuerdo, no para la descripción
sino para la alusión.
“El
patio de Godella”, como es evidente a estas alturas del escrito es, en
concreto, la pieza sobre cuya marca generacional voy a reflexionar. Sin
embargo, para analizar el peso identitario de la canción, puramente contextual,
me veo en la obligación de rechazar una descripción analítica sobre esta. Y es
que un análisis musical, debido a la simpleza – que no simplicidad –, de la
pieza tan solo desvelaría medias verdades sobre su significado. Así, aunque
pueda sonar paradójico, la música de la canción no es lo verdaderamente
relevante de esta.
Y
es que, en mi opinión, la figura legendaria de los autores de este tipo de
piezas se da a conocer por medio de un boca a boca, cuanto menos, cuestionable,
falto de pruebas y carente de la rigurosidad necesaria para llegar a una
conclusión segura. De hecho, todas estas suposiciones y conjeturas derivan en
un misticismo y una idealización sobre el origen de tal o cual composición que
acaban por nublar lo que esta significaba en su contexto.
Esa
es la problemática real en torno a “El patio de Godella”: el hecho de que, no
se debería buscar – en tanto se quiera comprender verdaderamente esa música –
un contexto original para su significado. De esto modo, en vez de buscar un
origen incierto, lo más cabal quizás sea reducir, o más bien amplificar el
contexto.
Seamos
sinceros, nadie conoce “El patio de Godella” por otra cosa que no sea un móvil
o un mp3, al menos en primera instancia. Así, la canción cobra sentido a la luz
de los momentos y lugares en que, como toda música en realidad, se compartía y
transmitía por medio de dos dispositivos de bluetooth cuando no de infrarrojos.
Hablo de los botellones, de las fiestas del pueblo y de las noches en aquella
terraza; del olor del campo mojado por la noche y del paseo que te tocaba dar
para volver a casa con tus buenos 14 o 15 años – quién sabe – tras los que
nadie sabría qué vendría y solo podías esperar y hacer una experiencia, por lo
menos, llevadera y divertida del tiempo que el mundo te intentaba vender.
Esto
es “El patio de Godella”, el soporte para aquellas noches y esas fiestas donde
no había nada seguro, la sintonía de aquellos primeros móviles de tecla que
acercaban la tecnología a la vida de sus dueños y que en unos años pasarían a
definirla sin solución ni objeto de causa. Es, por tanto, una canción que no
importa tanto por su contenido como por su continente, es decir, por el medio
en que se transmitía. Si nos paramos a pensarlo, se trata de un producto
ejemplar de un arte posmoderno, cuya relevancia no reside en sus trazos sonoros
o su autoría, sino en sus usos y funciones; en su modo de transmisión vinculado
a soportes específicos y en su contexto de interpretación y escucha,
eminentemente festivo y social.
Quisiera
terminar el escrito volviendo a identificar “El patio de Godella”, cuya versión
más conocida es la que parece haber interpretado “La choli”, como una pieza
marcadora. No demarcadora, puesto que no define nada, sino marcadora. Marcadora
porque marcaba, porque sin que sus oyentes lo supieran, dejaba huella – y
rastros – sin decir nada especialmente relevante. Porque nacía en aquel momento
y aquel lugar en que se transmitía dejaba marca, porque no evocaba nada, porque
ahora evoca todo; porque es la canción de toda una generación.
Por
todo eso, para el recuerdo, te dejo el enlace aquí abajo y ya si lo reproduces
en un Nokia o un Ericksson, cosa tuya:
https://www.youtube.com/watch?v=yjnubmKT-nM
David
Gallego Martín
Yo la tenia en mi sansun mini q recuerdos
ResponderEliminarYo sí conocí el patio de Godella, es un centro de menores y las canciones "quinquis" ya sabemos todos cuales son.
ResponderEliminarTu manera de redactar me hace recordar la manera de hablar de Germán el amigo de Fidel en la serie Aída xD
ResponderEliminarEs imposible terminar un texto tan rococó y relamido. Menos autofelaciones y más concinidad.
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