Eliahu Inbal y la OSCyL: de viaje por el siglo XX

Asistimos a la Consagración de la Primavera, después de que una trompa se escapase de la orquesta, y un francés se diese una vuelta por España.

Los días 2 y 3 de junio, tuvo lugar el concierto número 19 de la temporada de la OSCyL en el Auditorio Miguel Delibes (Sala Sinfónica). A la batuta, el reputado director de orquesta israelí Eliahu Inbal, quien se puso al frente de un concierto con un repertorio que por su trayectoria como director, le venía como un guante.



Con todo composiciones del siglo pasado, el concierto comenzó con unos aplausos atronadores al director (al que se ha podido ver al frente de la OSCyL en las dos temporadas anteriores), y a un solista de la casa. El trompa solista de la orquesta, José Miguel Asensi Martí, dejaba las últimas filas de esta, para colocarse al lado del director.

La obra que interpretaron es del año 1957, y se trata del Concierto para trompa y orquesta del compositor checo, Jiří Pauer. Con los tres movimientos convencionales (Allegro patetico / Andante / Allegro giocoso), el solista tuvo tiempo de sobra para demostrar su versatilidad y talento, al que acompañó una orquesta que buscaba dialogar con la trompa. Seguro que más de uno se fue a casa con el tema principal en la cabeza, ya que este no dejó de aparecer a lo largo de los tres movimiento, unas veces de forma más evidente que otras.

La segunda obra, y con la que se ponía fin a la primera parte del concierto, venía desde más cerca. La Rapsodia española del francés Maurice Ravel, data del año 1908. A través de un lenguaje impresionista y una interpretación que alcanzó con mucho la capacidad sugestiva pretendida, el público pudo viajar por la "España de los tópicos" a través de ritmos y melodías folklóricas. 

Tras el habitual descanso de 15-20 minutos, dio comienzo la segunda parte. El momento más esperado de todo el concierto por una inmensa mayoría del auditorio. La Consagración de la Primavera de Ígor Stravinski, compuesta para la célebre compañía de ballet, del ruso Serguéi Diáguilev, en 1913. La interpretación de esta obra siempre supone un reto para director, intérpretes y público. El primero tiene que hacer frente a una partitura extremadamente compleja en cuanto a ritmo y orquestación, los segundos han de ser capaces de la interpretación de esta atendiendo a las imprescindibles indicaciones del director, y el público ha de ser capaz de permanecer en silencio, sin dar golpecitos con el pie tratando de seguir un ritmo constantemente cambiante que apenas da descanso. 


La interpretación de todo el concierto resultó en conjunto una gran velada, de la que el auditorio pudo salir bastante complacido. Amantes de lo desconocido -por lo inusual que aún resulta ver a un trompa como solista-, de lo "español" -con una Rapsodia española que ni mucho menos, se despidió a la francesa-, y una conocidísima Consagración de la Primavera, que nunca defrauda si la batuta está en buenas manos, como fue el caso.







Anna Karenina

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