Grupos tributo: la nostalgia de la música que no vivimos y cómo reutilizarla

Pantera, Iron Maiden, Metallica, Guns n’ Roses… Sin que l@s heavys se indignen, podríamos meter estos grupos en un mismo saco si, en vez de usar sus nombres, pensáramos en Display of Power, Iron What, Metalmania o algunos tan llamativos como Gansos Rosas. Y es que el fenómeno de los grupos tributo, con una fuerte polémica en cuanto a ellos detrás, se ha hecho fuerte dentro del panorama musical de España en los últimos 15 años y sigue haciéndose un hueco importante en más de una agenda de conciertos. No los encontramos solo en el rock internacional, no; también en ese rock español que sabe – además de a calimotxo para algun@s- a las jotas más castizas de Extremadura y a los lloros que resuenan en los viejos Cadillac (segunda mano). Pero, ¿por qué esta fama? ¿Cómo se ha llegado a una circulación tan efectiva? Y, la pregunta que ha quedado más de una vez en el aire… ¿Prefiere el público de este país asistir a conciertos de grupo tributo antes que a bandas nuevas con temas propios?
GANSOS ROSAS Jimmy Jazz Gasteiz
Fuente: Jimmy Jazz Gasteiz


Grupos tributo que han participado en carteles de festivales como el Resurrection Fest llegan hasta salas como la Porta Caeli de Valladolid. Un ejemplo son los ya mencionados Display of power. La guitarra solista del tributo que casi cumple la mayoría de edad (se fundó en 2002) intenta engañar a nuestros oídos y hacernos creer que Dimebag Darrell se ha plantado delante para desgañitarse con esos bendings (torcer la cuerda) de más de una octava; pero su versión del cantante, Phil Anselmo, no solo ha trabajado hasta la perfección su voz, sino que de paso ha adoptado la misma pose de brazos cruzados y morritos que ya es icónica de su musa. Y cuando Iron What, tributo a Iron Maiden pide a gritos que se huya en masa con Run to the Hills, dan ya por seguro que hasta el último alma del sitio se va a dar la vuelta y a echar a correr (para bien). En Metalmania, los gruñidos de Ricardo Mateos en el papel de James Hetfield son tan acertados, y su fondo instrumental tan idéntico al fiel wah-wah de Hammet y a la masa de platillos de Cliff Burton, que parece que se le perdonan las caídas de afinación en las partes más melodiosas de sus temas lentos, como en “The Unforgiven”. 


Display of Power (tributo a Pantera), Dimefest 2014.

Foto: Sara Esparza 

Musicalmente, parecen haber hallado las fórmulas secretas del sonido de cada banda. Pero un grupo tributo no recrea la música como ente aislado, sino todo su contexto, e incluye la estética y la personalidad de sus integrantes. Una imagen se crea, se mitifica… y se vende. En este caso, a un precio relativamente económico (10/15€ por entrada).

¿Qué fue antes, la camiseta de The Ramones o el regreso del rock?

El componente performativo o quizá solo actoral donde los músicos se convierten en mitos vivientes es parte indispensable de un mundo del rock que ha traspasado los escenarios y se ha convertido en marca comercial, como ya ocurrió con la famosa lengua de The Rolling Stones. Era un meme hablar de la camiseta de The Ramones en una amplia gama de colores que poblaba los estantes de las tiendas de ropa, a pesar de que los consumidores jamás se hubieran planteado quién cantaba “Blitzkrieg Bop” (comúnmente conocida como “Hey, ho, let’s go”). Algunas de las generaciones que abarca la audiencia de las bandas tributo vieron nacer a sus originales y siguieron su trayectoria, pero hay un gran salto temporal que ha permitido que los seguidores de estas bandas acojan a una comunidad millenial fascinada por el rock y el heavy clásicos. Ante esto, es inevitable girar la cabeza hacia la gran influencia de un renovado amor por la “estética rockera”. Y en esto caben desde la primera camiseta de Iron Maiden que se pusiera Pilar Rubio hasta lo que en realidad pertenecería a una imagen más bien emo de peinados fantasía que han llenado de color Twitter e Instagram. Esto, unido quizá a una corriente musical que es posterior a la New Wave (amplísimo concepto que abarca una gran variedad de bandas desde la década de 1970) puede ayudar a entender cómo el imaginario colectivo ha llegado a juntar bandas que, estrictamente etiquetadas por género, quizá no compartirían un mismo espacio. En cuanto a la audiencia, podemos encontrar una mezcla de viejos rockeros y jóvenes músicos que empiezan a jugar con una guitarra eléctrica; otra sección simplemente serán curios@s, pero también hay una parte que contacta con su imagen y conoce su música a través de ella, o bien haya sintonizado la radio en el momento justo. En cualquier caso, ha habido una difusión intencionada. Si hay un público previo, siempre habrá un interés económico. 

La fuerza de la publicidad, a veces, parece sutil. El concepto del rock ha solido ir ligado a la idea de la transgresión, pero aunque el físico heavy quiera asemejarse a la perfección al estilo de los 80 al igual que la banda tributo imita a la perfección un solo de Slash, los mismos 30 años - han pasado desde entonces, nos parezcan muchos o pocos, y no podemos pensar que este renacimiento es casual. Este también es un mundo comercial, y este es el momento en el que vivimos. Las tendencias nos salpican, y quizá lo único que podemos hacer es ser conscientes de ello. No hay que olvidar, sin embargo, que la propia idea de la música popular urbana donde se agrupan centenares de estilos contempla que siempre será difundida por medios de masas.
Y esto puede usarse en nuestro favor.


Hacia nuestra propia forma de encontrar la música

La fuerza que estos grupos han cogido en España y parte del panorama internacional sería inexplicable únicamente porque cierta estética asociada a ellos quede bonita en redes. Al fin y al cabo, quienes compran sus entradas buscan escuchar su música (y nadie tiene particular derecho a dudar de esto), o quizá les conozca gracias a sus tributos. Y, una cuestión fundamental: pueden encontrar incluso una versión más viva del grupo cuyo concierto habrían querido presenciar si hubieran podido viajar, si hubieran podido permitirse la entrada o si hubieran nacido tres décadas atrás. Incluso más viva que el grupo actual, cansado de presentarse una y otra vez con los mismos temas, cansado de servir a las industrias más poderosas, que regalan al oído la palabra “auténtico” mientras esta se diluye cada vez más. 


Un primer acceso al mundo de la música en vivo, que al final estará movida por una inquietud real por conocerla, va a permitir descubrir una nueva costumbre que quizá enganche y guste: la cultura de ir a conciertos, como quien va al cine o, quizá, como sustitutivo de consumir, consumir y consumir música de forma sistemática. ¿Por qué no usar lo que ciertamente es una tendencia para otro fin? 


Si esta misma audiencia no lleva vendas en los ojos y oídos, quizá se atreva a arrancarse de cuajo los prejuicios para descubrir qué es bailar samba o el jazz en vivo además de probar un pogo o el headbanging. Para cuestionarse lo que escuchan, para atreverse a no aceptar como “leyenda” todo lo que un cartel y su patrocinio dicten. O mejor aún, para dar la misma oportunidad de ser escuchados a los grupos locales que ensayen al lado de su casa. 




Bixler





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