Los concursos musicales son la Pasarela Cibeles de la música (y aunque duela, son necesarios para la industria)
Por deformación
profesional tras tantos años escuchando, estudiando y entendiendo música, algo
que se me ha inculcado y he aprendido es que los programas como Operación
Triunfo (OT) o La Voz son elementos de la industria musical que no
hacen otra cosa más que pervertir este arte y que, precisamente por ello, no
deberían existir. Esta es la opinión general que he oído entre mis amigos
entendidos en la música y en el grado a lo largo de los años y sería hipócrita
decir que yo no lo he opinado en algún momento.
Sin embargo, en el fondo siempre he tenido cierto respeto
hacia estos reality shows, más incluso a OT, pues desde aquella bronca
que Noemí echó a Aitana y a Ana guerra, tras sus quejas por el tema “Lo malo”,
entendí que este programa ya iba de frente con sus intenciones. No maquillan
con la idea de que lo importante es la música el hecho de que lo que acaban
generando son productos en los que la industria se fijará para saber hacia dónde
tienen que dirigir sus miradas.
OT
y La Voz son lo mismo que una pasarela de moda. No esperas encontrar,
literalmente, lo que te pondrás la temporada que viene, sino que vas a ver qué
colores, qué formas, qué motivos van a ser los que se vayan a vender, eso sí,
adaptados al gusto del gran público. Estos programas no te dicen que todos los
participantes van a llegar a tener éxito, de hecho, si los números no engañan,
apenas uno o dos acabarán teniendo más trascendencia al final de cada programa.
Lo que sí exponen estos shows es la música que vas a escuchar, y el tipo
de intérprete que te venderán las discográficas en el próximo año. Y si bien OT
presenta una cierta ceremonia enseñando a sus concursantes a convertirse en
artistas de la mano de unos profesores excelentes (a los que, por cierto,
admiro y espero conocer algún día), La Voz va a lo directo: escogen a tres o
cuatro artistas influyentes en la música nacional actual, y les ponen a pelear
por la voz de unos cantantes que puedan responder a lo que se espera de la
industria musical. Esto último envilece aún más la música, ya que atenta contra
la dignidad de los cantantes, quienes han dedicado horas de esfuerzo y trabajo
para exponerse ante sus artistas favoritos, o ante España entera, para que, en
su mayoría, acaben recibiendo una palmadita en la espalda y un comentario
bonito, pues al final “no encajan” con lo que proponen ninguno de los jueces.
El
principal problema, y a la vez, la mayor bendición de ambos programas llega de
manos del propio público, pues al final son ellos quienes acaban decidiendo en
mayor o menor medida qué aspirantes prosperan y qué canciones son las que
gustan. Y esto es peligroso, pues, mientras que en el caso de La Voz sí que se
acaba valorando más la interpretación del artista (con una calidad mejor o peor,
pero que guste al respetable, influenciado siempre por la opinión de los coaches
o jueces); en el caso de OT no solo se valora su actitud como artista sobre
el escenario, sino también su rol en la academia. Su vida personal, el papel
que interpretan de cara al público, o el juego que ofrecen puede ser lo que al
final decida que un cantante mediocre, al que se le ha asignado una canción a
la que no puede aportar nada realmente interesante a nivel vocal, tenga una mayor
presencia en el programa y fuera de él que cualquier otro. Donde de verdad se
ven las capacidades del cantante es en las canciones que ellos eligen, pero el
potencial del producto proviene, finalmente, de la unión entre las canciones
que se les asigna, el comportamiento del concursante en la academia y la
simpatía que le tengan los espectadores.
Es
una pena observar cómo la industria musical necesita estos programas para
evolucionar y mantenerse activa en el mercado comercial, y cómo respetables
profesionales trabajan en este programa para ayudar a crear y ofrecer el
producto que el oyente cree que quiere o que al menos acaba demandando.
Sin
duda, me encantaría trabajar en alguno de estos programas, con el fin de comprender
desde dentro su funcionamiento, sus intereses reales y sus contradicciones
internas.
Son
estos concursos los que permiten conocer las necesidades del público, y lo que
se espera de una industria que se convierte en la única ganadora en la guerra
entre el arte y el espectáculo.
Miguel Hernández
Valderrama
Es una crítica genial.
ResponderEliminarEstoy muy deacuerdo con lo que dice