El público del auditorio Miguel Delibes se rinde ante el increíble Andrew Gourlay a la batuta de la OSCyL



            El concierto tuvo lugar en el Auditorio del Centro Cultural Miguel Delibes de Valladolid, el pasado viernes 11 de mayo, a las 20:00h bajo la dirección de Andrew Gourlay con los instrumentistas de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Este acto había sido anunciado como el “Homenaje al abonado” y se interpretó dos días consecutivos: el 11 de mayo y el 12 de mayo en el mismo lugar.


            El programa estaba dividido en tres obras con una duración aproximada de 125 minutos, comenzando por Romeo y Julieta de Tchaikovsky (Obertura-fantasía), continuando con el primer movimiento del Concierto para violín y orquesta en re mayor, del mismo compositor, op. 35 (donde contaron con la colaboración de la virtuosa violinista Cristina Alecu) y terminando, tras un descanso de 20 minutos, con la Sinfonía Nº 11 de Shostakovich en sol menor, op 103.

            El público contamos con un librito con las notas al programa, que constaba de 18 páginas en las que venían bien señaladas las obras que se iban a interpretar con un par de páginas de la historia de la pieza musical redactadas por Enrique García Revilla, una breve presentación del director y de la violinista solista (pequeña biografía y carrera profesional); y por último, 3 páginas en las que presentan a la Orquesta Sinfónica de Castilla y León y cada uno de los instrumentistas que la forman.

            El concierto comenzó a las 20:07, con una mayoría de público de entre 60 y 80 años. Al terminar de afinar el concertino a toda la orquesta, salió el director ante una sala ocupada en su 75% y con las primeras filas prácticamente vacías (probablemente debido a que el sonido no llega del todo ahí). El público escuchó el concierto atentamente y en silencio, aunque algunos comentarios como “no sabía que era un director tan joven” de personas cercanas a mí me transmitieron la sensación de que algunos no sabían ni siquiera qué estaban yendo a ver.

            Empezaron interpretando Romeo y Julieta con unas maderas muy expresivas, unos pizzicatos en las cuerdas increíblemente bien ejecutados y unos contrastes dinámicos impresionantes en toda la orquesta, interrumpidos (en los pianísimos) con las toses y estornudos del público. Los instrumentistas no estuvieron estáticos en ningún momento, dejaban que su cuerpo se moviera siguiendo lo que les transmitía la música. Los diálogos entre vientos y cuerdas estaban ejecutados con total naturalidad, sin pisarse, siguiendo lo que el compositor deseaba; además los vientos y la percusión proporcionaban un dramatismo digno de no despegar los oídos de lo que estaba pasando ante nosotros. Los metales reprodujeron momentos, en los que eran los protagonistas, con una exactitud musical y rítmica vertiginosa. Mientras tanto el director a veces parecía que bailaba, lo estaba viviendo realmente. En las maderas llamaba la atención un clarinetista que estaba tan metido en la interpretación que estaba completamente rojo. Cuando parecía que estaba terminando la música seguía en su clímax, interminable, con unos agudos en los primeros violines completamente afinados. La obra duró justo lo que estaba previsto, 20 minutos. Al terminar alguien del público se arrancó a gritar “bravo”, y se llenó la sala de aplausos.



            Andrew Gourlay cogió el micrófono para explicar que la obra que interpretarían a continuación, el Concierto para violín y orquesta (que duró 18 minutos), era debido al homenaje al abonado. La violinista solista, Cristina Alecu, se colocó de pie al lado del director, y comenzó su gran interpretación de esta obra, en la que tuvo algunos fallos de afinación, pero que fueron nimiedades comparadas con el virtuosismo que demostró con esas rápidas escalas ascendentes y unos agudos afinadísimos. Además, la orquesta le estaba dejando brillar, estando en un segundo plano, pero mostrando un gran soporte para ella, que estaba ejecutando la música con una gran sensibilidad y habilidad técnica. En el momento en que los metales entraron (situados al fondo) se escuchó descompasado con la violinista porque probablemente no le estarían escuchando bien y se estaban quedando rezagados, pero ella seguía demostrando su gran virtuosismo con unos saltos interválicos dificilísimos. Tuvo algunos fallos de ataque y afinación, pero realmente lo tapaba con su expresividad y el resto de su ejecución, que fue brillante, con los agudos, escalas y agilidades perfectamente ejecutados. Al terminar se produjo una ovación en el público, y hasta Andrew Gourlay se bajó a aplaudir a la solista. Tras terminar esta obra se produjo un descanso en el que pude observar que había alguna persona en el público con prismáticos para poder ver bien el escenario.

            Al terminar el descanso llegamos a la última pieza, la sinfonía número 11 de Shostakovich: obra de 55 minutos, en la que el director dejó la batuta y dirigió solamente con las manos, haciendo movimientos ondulados, elásticos. La orquesta comenzó en una dinámica suave, donde muchos de los instrumentos tenían su parte solista y la ejecutaban a la perfección hasta llegar a las trompetas, que las dos veces que intervinieron haciendo un dúo solista desafinaron varias notas y se quedaron calantes con la orquesta. Según fue desarrollándose la acción musical se produjeron contrastes dinámicos increíbles, pasando de fff a ppp en tan solo 2 segundos, con unas agilidades en las cuerdas y vientos perfectamente realizadas y llegando al clímax en una unión de todos los instrumentos de la orquesta en fff con un carácter marcial que ponía los pelos de punta. Se produjeron momentos en los que el director daba la espalda a algunos instrumentistas para dirigirse específicamente a otros, como a las violas. Además la orquesta ya estaba con mucha agitación, subiendo de intensidad y dinámica, con una gran labor de la percusionista, que siempre estaba pendiente de apagar el sonido con la mano después de tocar. Las cuerdas llegaron a su momento de mayor “estridencia”, la orquesta siguió en su punto álgido en fff y de repente frenaron en seco; hubo dos segundos de silencio en los que todo el auditorio estaba ensimismado. Continuó este sonido marcial, los vientos, las cuerdas y la percusión estaban en su punto álgido, en el clímax, se notaba que se acercaba el final y así fue. El director saludó al concertino e hizo levantarse uno a uno a todos los instrumentistas que habían sido solistas durante la noche. El público no dejamos de aplaudir ni un momento ante un concierto que no había dejado indiferente a nadie. 
CP

Comentarios