Noche en Brooklyn y Daughters en concierto

La sala Warsaw se encontraba en una de esas calles que hacen pensar que has salido momentáneamente de una ciudad estadounidense para caer en un suburbio de Londres, si no fuera por esos andamios adosados a los edificios que aún te recuerdan dónde estás. Casas bajas rodeaban una curiosa fachada triangular con una cola abundante de público que esperaba paciente la revisión de su identificación para un concierto que, por otra parte, se abría a todas las edades. Daughters eran los protagonistas, y su último disco, You Won’t Get What You Want, el detonante del concierto y de una especie de éxito renovado de la banda. Daughters ha experimentado una transformación que se ha manifestado en su audiencia, relativamente variada en edad. Formado en 2002, el grupo se separó por ciertos desacuerdos entre su cantante, Alexis S.F. Marshall, y el antiguo guitarrista Nicholas Andrew Sadler. 

La vuelta a los escenarios se daría en 2013; su cambio musical más radical, en 2018. Accedí a un espacio…

Foto: Daughters, Warsaw Concerts (13/03/2019)


… que había imaginado, por alguna razón, no demasiado lejano a salas como la vallisoletana Black Pearl o Porta Caeli. Y no podría haberme equivocado más. La Warsaw o “el lugar donde los pirogis se reúnen con el punk” (en alusión a una especie de empanadillas polacas) no era un bar más o menos adaptado a posibles conciertos puntuales, sino una sala de conciertos con una capacidad de 1500 personas y el aspecto de un teatro flanqueado por dos grandes óleos románticos. A la entrada, un guardarropa que mantendría a salvo las pertenencias del público durante las casi dos horas y media de concierto al “módico” precio de 6$ el bulto. Pero a la izquierda, a distancia de tan solo una puerta, aparecían un bar, un tenderete de merchandising, un puestecillo de comida casera polaca y mesas plegables.

Y es que la Warsaw oscilaba entre la dimensión de un monumento al punk comercial (de dos pisos y baños perfumados) y una especie de recreación de un pequeño centro autogestionado. En un espacio que se me antojaba bastante confuso, lo único que quedaba claro era en cuál de las dos estaban las empanadillas.

En esta fusión de mundos unidos por una especie de oda a la cultura alternativa (que en una ciudad así es al mismo tiempo mainstream) dio comienzo el concierto del primer telonero, Container, que al igual que sus compañeros Big Brave, daba la impresión de no compartir con Daughters mucho más que el cartel. Pero el espacio formó un entorno propicio para el eclecticismo donde el atronador techno noise de Container fue más que bien acogido. La banda canadiense Big Brave bajó las frecuencias a un curioso stoner/doom que contrastaba con la melodiosa voz de ecos folk de su líder, Robin Wattie, y aunque ligeramente recurrente en planteamientos (tal vez por una propuesta más bien minimalista del estilo), sumergió al público en un ambiente tántrico para dar el relevo a la banda protagonista de la noche.

La portada del último disco de Daughters reinaba en el fondo del escenario desde el primer momento, quizá como un aviso de lo que se avecinaba. La expectación ante un disco que se ha hecho esperar entre sus fans durante tres años de grabación y cinco más de indecisión, y que ha disparado su fama a nuevos horizontes, podía ser el motivo por el que no hiciera falta vacilar. Con una estética punki conformada en una imagen de intención desaliñada pero cuidada hasta el milímetro, Alexis Marshall arrancó el concierto y el pogo estalló hasta la mitad del público. El inicio seleccionado fue una de las canciones más populares del nuevo disco, “The Reason They Hate Me”. Dos temas del mismo álbum reafirmaron el nuevo sonido del grupo, que se presentaba ante un público a veces entusiasmado y otras, expectante. Quizá esta sea la razón por la que “Satan in the wait”, lo más escuchado del nuevo proyecto, apareciera en tercer lugar, cuando el feedback con el público parecía finalmente asentado. Fue el momento indicado de remarcar el protagonismo de la última incorporación del grupo y el motivo de su transformación: Lisa Mungo (teclados y sintetizador). El híbrido de dos Daughters estaba sufriendo una lucha interna en directo, y la electrónica junto al metal experimental estaba haciéndose con la victoria.

Para alguien que, como yo, ha conocido el grupo desde el lanzamiento del último disco, vivir a los Daughters previos en este directo es cuanto menos chocante. Alexis Marshall, con dos extrañas heridas en la frente, abandonaba y recuperaba su screamo a placer, como si de un guiño a lo que ellos mismos fueron se tratara; y Gary Potter lanzó a su audiencia el tipo de rasgueo endiablado, casi queriendo sacar sonido de la guitarra entera y no solo de las cuerdas, que solo puede haber absorbido un guitarrista de grindcore durante diez años. Si la audiencia pudiera parecer dubitativa en un primer momento, esto se disipó rápido: en hasta tres ocasiones compartieron  escenario con espontáneos, incluyendo una adolescente que –literalmente- decidió medir fuerzas con Marshall antes de perderse entre el mar de gente. Algo nuevo, indefinido y a la vez seguro de su nuevo rumbo, había sido aceptado. El cantante descubrió el secreto de su frente marcada, casi reventando el micrófono en su cabeza, de manera que una tercera herida había aparecido al final del concierto (¿sería un contador de los bolos que llevaban?). El concierto fue un éxito, y la intensidad con la que arrancó se mantuvo hasta el último minuto. El nuevo Daughters se alzaba, y su cara experimental se legitimaba con “Oceans Song” y las disonancias prolongadas de su órgano sintetizado, en contraste con un bajo obsesivo y largas secciones instrumentales que casi parecían querer tontear con el noise.



Y quedó claro: la unión de fuerzas con Mungo fue, sin lugar a dudas, la que produjo el sonido de directo espectacular que inundó la sala, favorecida por la acústica. Daughters ha lanzado al aire la bomba de un sonido potente y absolutamente novedoso, que recoge su propio legado del grindcore, el groove metal y el black para fagocitarlo junto a la electrónica en un contexto que parece querer integrarse en el post-punk y, a la vez, relajarse en un concepto de la banda totalmente ambiguo en etiquetas. Tienen algo vibrante que explotar a placer, y solo queda ver de qué manera.

Bixler




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