Fue el viernes 3 de mayo el día en que las puertas del
infierno volvieron a abrirse para que su tropa pudiera llegar a Madrid. Quizá
cuando hablo de “tropa” me este quedando algo corto, ya que las legiones del
metal que acompañaron a los legendarios Metallica esta vez alcanzaron un número
cercano al de los 68000 asistentes. Una cifra récord para el cuarteto californiano en nuestro país; una cantidad de gente tal, que tiñó el recinto Ifema
Valdebebas (en que habitualmente se celebra Mad Cool Festival) de un ambiente
masivo más propio de un festival que de un día de concierto. Casi más que unos meros asistentes a un concierto tuvimos que convertirnos en...
"el último superviviente" para poder tomar una posición medianamente aceptable en aras de disfrutar de
una buena experiencia sonora. De la odisea que fue pedir una cerveza en la
barra o vaciar la vejiga en los baños ya no comento nada, aunque vista la
salvajada de precios que se manejaban por un simple mini de cerveza o un hot dog, bien podrían habernos puesto a
cada uno acceso VIP. Para no hablar de cifras, lo cual considero poco apropiado
siempre, diremos que el precio de un litro de cerveza equivalía al de un litro
de gasolina, solo que casi quince veces más. Precios populares en el principado
de Mónaco ¿Cuál es el problema?
El oro quisiera valer lo que
esta cerveza, pero con humor.
|
Abusos aparte, mi experiencia survival entre tanta gente terminó en regocijo cuando al fin tomé
posición para poder escuchar la primera canción de la banda Ghost, de la que me
declaro ya de antemano fan (más incluso que de Metallica). “Teloneros de lujo”,
los fantasmas sin nombre del recientemente renombrado Cardinale Copia, ofrecieron un miniconcierto de una hora de
duración en el que lo mejor fue la música, y esto no es bueno del todo. El
apremio por tocar lo máximo dentro del mínimo tiempo posible sumada a la
pasividad de gran parte del público le restaron ese componente atmosférico que
convierte un gran concierto en un buen concierto sin más, lo digo con todo el
dolor. No obstante, para cuando comenzaron los primeros acordes de Dance Macabre y Square Hammer, los suecos ya se habían ganado a gran parte de los
asistentes. La cosa hubiera podido mejorar si hubiéramos visto algo del
espectáculo en las pantallas del enorme escenario, pero a algún “ingeniero”
debió ocurrírsele que era buena idea ponerlas a contraluz en pleno día. El Ritual de Ghost perdió credibilidad sin
visibilidad y sin el amparo de la noche, pero el sonido en directo fue
francamente fantástico, muy equilibrado, lo cual a posteriori iba a perjudicar el comienzo del concierto de Metallica.
A eso de las 21:15, con casi 15 minutos de retraso, comenzaba
a sonar la famosa melodía del compositor Ennio Morricone con la que Metallica
acostumbran a comenzar todos sus conciertos, Ecstasy of Gold. Ahora sí, las proyecciones en la pantalla se veían
perfectamente e inundaron el recinto de un halo rojizo que anticipaba Hardwired to Self Destruct, o eso creímos
intuir. Me explico. He leído en algunos medios adjetivos que califican el
concierto como “arrollador”. Pues bien, en los primeros cinco o seis temas
debieron de pasarse de arrolladores porque más bien descarrilaron. De Hardwired, pasando por The Memory Remains, la genial Disposable
Heroes, The God that Failed, a la legendaria The Unforgiven, el sonido fue desastroso. Podría desvariar acerca
de argumentos técnicos que quizá yo no explicara bien y el lector se aburriría
de leer así que, para hacer una analogía, la experiencia de estos primeros
temas fue como la de escuchar a través de los auriculares que te regalan en el autobús,
pero en abierto. En definitiva, un sonido pobre, embotado y cargado de ruidos
molestos. Más molestos que los que sean propios de un concierto de heavy metal quiero decir.
A partir de este punto ¿Cómo calificar el resto del
concierto? Respuesta: un regulador abriendo, in crescendo, de menos a más, lo cual es un logro a mayores viendo
el estaticismo de James Hetfield, a quien veo ya desmejorado después de 38 años
en activo, pero que sigue manteniéndose muy competente a nivel vocal, todo
sea dicho. No importa, él mismo reconoció que ya estaban viejos. A su favor debería
añadir que debe ser difícil hacer casi dos horas y media de concierto con un
ojo visiblemente inflamado por la picadura de una abeja.
Muchos nos preguntamos qué tal funcionaría
esto en el concierto de Barcelona.
|
La mejora del sonido comenzó a ser evidente a partir de Sad But True y de que las llamas de A Moth into the Flame nos abrasaran
(literalmente). El éxtasis comenzó a desatarse y no podría detenerse, ni si
quiera después del desastroso cover a cargo de Roberto Trujillo y Kirk Hammett
de una canción que debía ser de un grupo local llamado “Los Nikis”, o al menos
eso pareció ser, puesto que lo que se escuchó desde fuera fue un ruido
marrullero acompañado de un “lo lo lo” y una letra en un “castellano” que
podría haber sido klingon. Tampoco lo logró la interpretación del tema St. Anger, un auténtico imprevisible,
los fans de Metallica lo entenderán. Desde 2015 sin tocar el tema, y por muchos
de nosotros como si no vuelven a hacerlo. Y es que la introducción de temas como este, dejó fuera la interpretación de otros clásicos como Fade to Black o Whiskey in the Jar. Eso no gustó a muchos de los asistentes, algunos comentarios fueron feroces en ese sentido.
El caso es que la descarga de los últimos 45 minutos fue lo
que salvó los muebles de un concierto que hasta entonces, nótese, fue pasable
sin más. Desde One hasta Seek and Destroy, el (ahora sí) potente
sonido y los efectos visuales del escenario hicieron las delicias del personal
sobre todo cuando empezaron a sonar los primeros acordes del celebérrimo Master Of Puppets. La gente disfrutaba,
los cuatro de San Francisco también, los pogos empezaron a brotar como flores
en la tierra y la cara de Lars Ulrrich así lo atestimoniaba. Muy dinámico como
casi siempre no tardaría mucho tiempo en volver a levantarse para tocar la batería, un gesto ya típico en él.
La proyección sobre el escenario. Asombrosa. |
Tan solo hubo un mal que se mantuvo durante todo el concierto
y es que, lamentablemente, la mejora en la ecualización no salvó los solos de Kirk
Hammett, quien a menudo se vio sepultado por la avalancha sonora. Metallica "nos
quería", Hetflield nos lo dijo textualmente y fue por ello que nos regalaron
tres bises que remataron al público. Tampoco voy a decir que Nothing Else Matters sea un regalo
porque es más que previsible, pero sí el ambiente que vivimos durante Enter Sandman, de auténtica fiesta. Un
obsequio del público agradecido a una banda que 38 años después sigue dándolo
todo a pesar de las dificultades técnicas, y que una vez bien equilibrados
ofrecieron una gran experiencia tanto a nivel sonoro como a nivel espectáculo.
Se preguntará el lector ¿Merecieron la pena los 95 euros de
la entrada? Sí y no, dependiendo del grado de admiración que tenga uno por la
banda. Su comportamiento sobre el escenario fue correcto sin alardes, al igual que
el setlist (a pesar de St. Anger) y el sonido, que acabó siendo excepcional,
muy "cañero" que se dice en el argot. De los efectos visuales sobre el escenario
ni hablemos. Sin embargo, lo que hizo de un concierto de "bien" uno de notable fue el público, que contra viento y marea supo disfrutar para aupar un poco más a la que, ya de por sí, es una banda mítica le pese a quien le pese. Y ahí siguen, llenando estadios y recintos
enormes manteniendo un nivel bastante elevado en general después de 18 temas y
casi 2 horas y media. Habrá que quererles también, qué remedio.
Foto de Marca |
Comentarios
Publicar un comentario